

Texto ganador en el concurso «El viaje, esa experiencia sensible»
# Porteña por 179,5 Días
Por Yao Pengyu (姚鹏宇)
«Si tengo un boleto de más, ¿me acompañarás?». Nunca hubiera pensado que alguien me diría la misma famosa línea de la película de Wong Kar Wai. Sucedió al tercer día de haber llegado a Buenos Aires, donde el director filmó Happy together. Esta pregunta convirtió mi viaje de una semana en Buenos Aires en una estadía de 179,5 días.
Finalmente, me encontré la Buenos Aires que no es de «segunda mano»
Como persona que se ha especializado en literatura y cine sucesivamente, antes de poner los pies en la tierra de la capital de Argentina, todas mis impresiones de ella provenían de libros y películas. Imaginaba que esta ciudad, que Borges describió como «tan eterna como el agua y el aire», tendría un clima bastante lluvioso como esas escenas de las obras de Pino Solanas, que los edificios tendrían muy «irregulares estéticas y éticas» como en la película Medianeras, y que, probablemente, todos los argentinos bailarían tango. Bailan y bailan, bailan con pasión, engañan, matan al amor... como esos porteños en el lente de Carlos Saura.
Por lo tanto, cuando me sumergí en «la París de América del Sur» a principios de septiembre de 2019, sentí que estaba en un lugar totalmente extraño con el que de alguna manera estaba familiarizada. «Ah, gracias a los materiales de ‘segunda mano’ que me presentaron una de las ciudades más lejanas de China», pensé yo, «ahora tengo la oportunidad de conocerte en persona».
Una improvisada recibió la invitación de un desconocido
En aquel momento, planeaba viajar por toda Sudamérica mientras vivía una vida de nómada digital (una aspirante millennial a Sanmao). Había decidido quedarme en varias ciudades, en cada una durante una semana (más o menos), y el resto sólo improvisaría.
La ventaja de no tener un plan específico es que hay «sorpresas» todos los días. El primer día, compré en el súper un filete grande que sólo costaba más de diez yuanes (algo que en Shanghái saldría diez veces más); el segundo día, hubo un paro (en la mayoría de los países de habla hispana lo llaman «huelga») en la puerta de mi Airbnb y se suspendió el subte. Durante la tarde de mi tercer día en Buenos Aires, mientras deambulaba por una de las avenidas más prestigiosas de la ciudad, la Avenida Santa Fe, entré al azar en una lugar con el nombre de «galería». En ese entonces, mi «yo», que sólo sabía algunas palabras básicas en castellano, supuso que este sitio debía ser una especie de galería de arte. Había varias tiendas de diseñadores y estudios independientes, un complejo comercial con un ambiente artístico. «Bueno, no es la ‘galería’ que imaginaba, pero aún así es cool», me dije.
Paseando por los pisos, una tienda tras otra, aquí y allá, ni siquiera me di cuenta de cómo había pasado el tiempo. Sin saberlo, el estudio de arte textil en el que estaba era uno de los pocos lugares en este edificio donde las luces todavía estaban encendidas. «Lamento informarle que estamos a punto de cerrar», me dijo una suave voz femenina detrás de mí, primero en español, luego en inglés. «Oh, lo siento, estaba fascinada por esas delicadas piezas tuyas», me di la vuelta y respondí en inglés. «Entonces, una viajera, ¿verdad? ¿De dónde sos?», esta vez, me preguntó un hombre alto apoyado en la puerta.
Aquí fueron mis historias, de cómo viajé desde el hemisferio Norte hacia el Sur, por dónde había estado, de todo un poco. Y, de alguna manera, los tres nos quedamos hablando durante unos 20 minutos. Pensé para mis adentros, «¡qué habladora es la gente de aquí!». Por cierto, me gusta charlar también.
«Che, si tengo un boleto de más, ¿me acompañarás?», este tipo al que sólo conocía desde hacía menos de media hora, me mostró tres entradas de la nada y me invitó a un concierto.

Ponte en otra zona horaria/del tiempo y el espacio
Curiosamente, ni siquiera tuve una pizca de duda. Confiaba en estos artistas. Subí al taxi, seguimos charlando y me uní a una multitud más grande en el teatro. ¡Iba a escuchar un vivo de alguien del que nunca había oído ni el nombre, encima en un idioma extranjero!
Excepto por esos temas que no sabía cantar como los demás, esa noche estuvo llena de bromas internas en el escenario y un montón de botellas de cerveza fuera del escenario. Un amigo del que me invitó me pasó un cigarrillo, cuando el cantante cantaba una canción lírica, y luego se lo pasó a otros amigos. Lo compartían como si compartieran el mate. Mucho más tarde, supe que, en realidad, eso se llamaba «porro» aquí.
Una noche un poco surrealista. Cuando salió el sol al día siguiente, me daba ganas de explorar todo lo que me rodeaba. Hay muchos pliegues en esta ciudad y solo había experimentado un poquitito. Por suerte, aún no había reservado mi próximo viaje, así que extendí mi corta estadía a un mes. Luego me mudé a otro distrito y, más tarde, al otro lado de la ciudad. Tres meses después, renové mi visa por tres meses más y subarrendé un depa compartido.
Salí de un museo cuya arquitectura es de estilo francés y conduje una bicicleta compartida gratuita patrocinada por el capitalista Itaú; vi a una chica con tatuajes en todas partes pasando junto a un caballero con traje judío jasídico; pasé una tarde en un café con más de 100 años de historia y, más tarde, después de una larga fila, entré a un piso de un sótano para ver una «función a la gorra». Luego, a las dos de la mañana, comenzó la verdadera fiesta para la gente, tal vez con un gran espectáculo de drag. Estos escenarios eran mi vida diaria en Buenos Aires.
El pasado y el ahora se enredan aquí, el espacio físico se mezcla con el espacio espiritual en otra dimensión. Vivía en otra zona horaria y también sentía un tiempo y un espacio diferentes.
Una vez porteña, siempre porteña
Ahora, estoy sentanda frente a mi escritorio en el sexto piso de un antiguo edificio de 40,5 metros cuadrados, junto al río Huangpu. Tengo la suerte de haber visitado una de las ciudades más soñadoras de todo el mundo antes de la pandemia. Al menos, tengo los recuerdos de Buenos Aires para saborear: experimenté las elecciones presidenciales que se hacen cada cuatro años y el cambio de gobierno, celebré la marcha del orgullo en grupo, escuché a Patti Smith pisando fuerte para recitar poemas...
Al otro lado de la tierra, hay preciosos fragmentos de mi vida. Allí en las calles, me familiaricé con una nueva lengua; en la cocina del vecino, aprendí varios platos nuevos; en este bosque urbano, me volví más tolerante y disfruté más de la vida.
Todavía mantengo muchos de los hábitos que coseché en Buenos Aires, como beber mate, mientras escucho vinilos de Spinetta, y las pistas de Weste son imprescindibles si quiero bailar. Extraño los días de ser una nueva porteña y una ciudadana global on the go. «Ay, boludo».






已展示全部
更多功能等你开启...